El diagnóstico de un cáncer puede cambiarle la vida por completo a una persona, además de afectar su bienestar emocional. Ana Álvaro, participante del Reto Pelayo 2021, nos ha contado de cerca su experiencia con el cáncer y cómo le afectó personalmente. Sus hijos y ponerse metas cortas actuaron como catalizadores.
Ana fue diagnosticada de cáncer de mama a los 44 años. “Recuerdo perfectamente ese momento: el nudo en la garganta, el miedo y el torbellino de dudas agolpándose en mi cabeza”. En las dos primeras personas en las que pensó fueron sus hijos, y en ese momento reflexionó, “si me llegaba a pasar algo y mis hijos se quedaban huérfanos, no tenía ni un seguro de vida”. “Vivimos un poco como si fuéramos inmortales y no lo somos”, confiesa.
Una vez empezado con el tratamiento, “le dije a mi médico que era una marine a sus órdenes y que iba a hacer todo lo que hubiera que hacer para curarme porque nunca barajé no iba a curarme”. Lo que le motivaba a seguir adelante eran sus propias ganas de vivir y todas las cosas bonitas en la vida.
Afortunadamente, su seguro no solo le cubrió los tratamientos médicos, sino también le proporcionó el apoyo de una psicooncóloga durante todo el proceso. Además, “tuve un apoyo absoluto por parte de la empresa en la que trabajaba entonces”. Se sintió muy afortunada y privilegiada, ya que “hay muchas mujeres que se enfrentan a un cáncer de mama y no tienen todo ese apoyo que yo tuve”.
Algo que le ayudó mucho en su día a día “fue ponerme metas cortas y ver que cada vez estaba más cerca de la meta final”. Nos recalca que el cáncer le ha traído más cosas buenas que malas. Entre ellas, “una de las grandes cosas que ha aprendido ha sido el estar más en calma”, confiesa Ana.
A las mujeres que no padecen cáncer y no crean que a ellas les puede ocurrir, “les aconsejo que sean conscientes porque la vida puede cambiar en un chasquido”. También les dice “que se quieran mucho a ellas mismas, que se pongan en el centro de su vida”, porque si una no se quiere a sí misma, es difícil querer a otros y dar relaciones de calidad a los demás. Esto es, “que sean previsoras, que no vivan como si fuesen inmortales, porque no lo son, que se hagan un seguro de vida”.
“Ser una vividora es saborear cada segundo de la vida, ser consciente de que estamos aquí de paso y ser valiente para tomar decisiones difíciles que te saquen de donde no quieres estar y te pongan donde sí quieres estar”. Para Ana, “ser una vividora es no perder las ganas de aprender, querer seguir aprendiendo siempre”. Así como tener ilusiones, tener proyectos por delante, que le hagan levantarse por las mañanas con la ilusión de que es una suerte estar aquí porque, para ella, realmente lo es.
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